Monday, July 25, 2005

Una estación de trenes en India puede convertirse en una verdadera aventura. Aprendes a llegar con anticipación, y comprendes que si tienes reservado un asiento, esto no importa, a la hora de subir, ¡es la guerra!
Una vez arriba, difrutas de tu asiento para dos con una familia de 7 indios. Pasas a convertirte en el centro de atención con miradas penetrantes, estudiando tu ser intensamente. Luego te acostumbras al espacio, logras escribir unas líneas o leer un libro con un chico a 20 centímetros de tu cara. Luego ya formas parte de la familia. Te preguntan el clásico cuestionario: el nombre, el país y si estás casado. Incluso venden unas poleras que usan los gringos, en su mayoría con estas palabras: "Jhon, USA, Not Married", es decir, Juan, EEUU y soltero. Terminas con ganas de comprártela, pero en India de mochilero te pones muy avaro con todo, y una polera a lo "T-shirt" estaban al final de mi lista de necesidades.
Pueden pasar varias horas arriba de los vagones, si tienes la suerte de irte junto a una ventana el paisaje va cambiando lentamente, con campos de arroz y mujeres cosechando a lo lejos, vestidas con coloridos sarees que flamean como banderitas a la distancia. Siempre erguidas y delgadas, como sabiendo que Dios las hizo bellas para el mundo.
Llega la noche y el movimiento a lo cuna del tren, te va meciendo hasta cerrar tus ojos, entonces, te vas a otros mundos, quizás saludas a tu madre en casa, pero este viaje dura muy poco, un brusco remesón en tu espalda te hace volver a esta realidad extraña, hombres vestidos con telas, rostros oscuros, sonrisas muy blancas... seguirá


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